El rostro humano, de Eduardo Gilio, basado en el texto homónimo de Antonino Artaud, cuenta con actrices de una expresividad desbordante -Verónica Vélez, María Atencio, Lucía Dawnay, Lis Torres- que apelan al trabajo con la energía e intensidad del cuerpo y de la voz, excediendo ampliamente la noción de un teatro basado en la representación y en la palabra comunicativa.
Un lenguaje sustentado también en la potencia poética de los materiales escénicos y en su armonización -y allí nuevamente la mirada avezada del director-. La escena se abre a mundos oníricos y mágicos que restituyen al teatro su carácter ceremonial convirtiéndose, como pretendía Artaud, en un teatro esencial, capaz de perturbar el reposo de los sentidos.